miércoles, 31 de octubre de 2012

Querer lo que uno desea

El club de la pelea.

Me costó 3 intentos esta película.
Pude reconocer desde el segundo algo extrañamente atrapante, más allá del “demasiado violenta” que volvía a interrumpir su visión, pero a relanzarme una vez más hacia ella.
La terminé de ver. Me enojé. “Es la típica película norteamericana donde se produce un giro inesperado, la locura como núcleo oscuro; la escisión de la personalidad como apertura y cierre de la cuestión”. Algo más o menos así.

Sin embargo, como siempre, no soy yo quien interpreta la película, sino que eso llega y me pone a escribir.
Fue esperando un colectivo que me encontré pensando:

“Esta película es la típica fantasía (y el terror) del obsesivo, llevada a su máxima expresión”
Entonces, escribí. 

Tener, llenar, pensar y hacer... modos de ser y de no ser

Para empezar, me di cuenta que “el demasiado violenta” no es algo menor. Que me haya generado tal estado que no pude seguir mirando da cuenta de un costado de la película que nada tenía que ver con la reducción inicial, con ese juicio apresurado que me 
cerraba la película como una puerta giratoria en la cara.

Así los excesos, más allá de toda esa aparente mesura inicial. 
Pensaba entonces a esa doble personalidad  más que como la fragmentación psicótica, como el desdoblamiento que encontramos en todo obsesivo que se precie de serlo.
Así es que desde el principio, conocemos a uno de sus lados: tenemos al bueno, aplicado, siempre bien medido, cumplidor, prolijo, yo y la sexualidad no tenemos nada que ver, calladamente llenando todo agujero con la compra de un producto más…

Pero este pequeño hombre tiene un síntoma. Tiene insomnio. Síntoma que le empieza a trastocar la vida. Freud desarrolló toda una teoría acerca de cómo los síntomas son la satisfacción sexual de los neuróticos. Que poseen una verdad que no se quiere escuchar, y entonces un síntoma viene a denunciar que algo no anda funcionando en la estructura.
¿Que hace este hombre con eso que le pasa?
Lo tapa. ( No en vano la repetición al infinito de las reglas del club: No hacer preguntas)

Encuentra la forma de ritualizarlo, de seguir gozando con ello, sin quedar conmovido: comienza a frecuentar grupos de ayuda, donde el Gran tema en común es ni más ni menos que LA Muerte. Enigma último del obsesivo, punto de agujero imposible de llenar.
Qué es aquello que no lo deja dormir?

Ese punto donde incluso estando al borde de la muerte es incapaz de jugarse en su deseo. Ahí donde el qué deseo, es imposible de ser respondido desde el qué tengo, qué quiero tener, qué querés que quiera…?
Continuar aplastando el deseo a la Demanda incluso teniendo un 
camión a punto de chocarlo de frente. Incluso en esa situación límite la pregunta que le dirige al otro es: Qué querés que te diga, qué querés que haga?

A ese otro que es él mismo desdoblado: el que sí dice las cosas, el que hace todo lo que desea, el que mueve a un ejército, el violento, el explosivo, el destructor de ciudades, el que coge como Dios manda a coger. El que sabe abordar una mujer…

Decía la fantasía y el terror máximo del obsesivo porque detrás de toda esa muralla de contención (de lo pulsional), del no hablar, de no poder jugarse en ningún acto en relación con su deseo, queda oculto este riesgo que en definitiva es: lo que soy capaz de hacer! Matar al Otro, la aniquilación total, el exterminio, el abuso, la violencia ilimitada…su propia muerte.