miércoles, 28 de diciembre de 2011

Y lo que toca, toca...

Creo, estoy segura de hecho, que si pudiera dejar de lado todas y cada una de las inhibiciones que me contienen, retienen, maniatan, calman y aminoran lo que soy, convirtiéndome en una señorita cuasi inglesa, cuasi damita de honor del perfecto cuadro familiar en donde siempre llevo un vestido, en donde siempre sonrío, siempre con la boca cerrada, siempre sonrío así, para que no se note, para que no se note todo lo que podría escaparse si esa boca cerrada tumbalmente se entreabriera y dejara salir en borbotones todos esos medio-decires, pero completándolos, diciéndolos todos, incluso lo imposible, lo indecible, lo prohibido, si es así, creo, estoy segura… que te mandaría a la mierda.

Te diría a vos -quienquiera que seas- lo insoportable que me resultás, vos y tu coyuntura que termina siempre pero siempre manoseando mi integridad, cuestionando lo que soy, haciéndome bailar la danza del puto péndulo sobre si si o si no, el preámbulo del todo va a ser distinto de aquí en más, porque me va a escuchar esa tal!
Danza que detesto, y aún así... y poso y dejo que me fotografíen, y quedo capturada en eso. Soy esa que baila para que todos la miren, esperando el aplauso, por supuesto. El valiosísimo aplauso.
Y me quejo, y me dejo y me dejo… dejando asqueadamente satisfecha una parte de mi que no reconozco… Ahí no me reconozco, pero parece que si, que yo también soy esa. Qué asquerosa confirmación…!

Hasta ayer. Ayer que fue cualquier día de estos... Ayer cuando la boca se entreabrió y entonces luego de muchas, de muchísimas vueltas…. pude ser; de un lado y del otro del candado.
Porque cuando después de todo, llego al borde y te increpo, me quedo gritándole al viento, porque estoy yo sola, abajo de montones de farolitos y guirnaldas de colores, mirando a la distancia la tormenta, esa revolución que es un nene armando un castillito mientras la arena vuela,  lastima y se arremolina y yo estoy impolutamente blanca dentro de un vestido ajeno, y lejos de llorar porque la tormenta ya nos comió a todos, celebro esa primera orgía de caos, de sin-sentido donde todo desborda y entonces, exaltada como soy y sola como estoy, parezco normal, parezco una más dentro de esa escena del desborde generalizado…   Donde reconozco que vos y yo somos una y la misma, a quien aborrezco, pero aún así no puedo dejar de ser, sólo cuando soy Otra.
Cuando Soy…
Soy el positivo de ese negativo horrendo y asqueroso. Soy cuando salto, cuando no te contesto un mensaje de lo más idiota sólo por diplomacia, soy cuando elijo el lado oscuro, la poesía negra al lujo dorado de no sé que aguas paradisíacas, soy cuando leo sobre deseo o miro y leo a alguien deseándolo. Soy cuando camino sonriendo, soy cantando en el colectivo o llorando en el subte, soy flores echas mierda en el fondo de la basura y soy puro perfume, estela vital, lujuria. Soy cuando no me río como todos y cuando estallo. Cuando digo esos comentarios que tanto me caracterizan, sabrosos e irónicos, cuando me hago cargo de mi pelotudez sin ponerme colorada. Cuando juego a la femme fatale de- forma-opuesta-e-inversamente-proporcional-a-los-gramos-de-grasa-que-tenga-mi-culo. Cuando quiero fumarme un porro y practicar el gato contento y enojado escuchando pink Floyd a las 3 de la mañana y cuando me gustaría ver a mi abuela haciendo eso.

Cuando me quedo sin aire después de explotar, y cuando vuelvo a tomar con una nueva bocanada todo el aire del mundo otra vez… Cuando tengo el mazo recién barajado y me animo a repartir las cartas de nuevo, y lo que toca, toca…
Y lo que toca, toca...



Foto por Nicolás Reffray

domingo, 18 de diciembre de 2011

¿...Salto...?

Tal vez me esté escondiendo….
Podría ser
O tal vez sea la luz -que va y que vuelve
y no termina de estar del todo-
la responsable de este intervalo de tiempo
eterno e imperceptible

¿Será que quiero abrir los ojos cuando el cielo se llene de lilanaranja?

El punto de encuentro resulta siempre mi punto de fuga. ¿O es al revés?
Es reconocerme en sensaciones que me acarician, que me llevan y me traen como el mar:
Un aroma que me eleva,
el humo en los ojos que tira de mi, y mucho más allá de mi...
El color rojo de una fruta,
o tal vez un mordisco,
o un ritual salvaje
El sabor del café en mi boca y lo que siempre queda por decir…
Una lengua que debería serme extranjera, pero no lo es.
¿Por qué canela, vainilla, gardenia, París, poesía de contrabajos  y no tanta otra cosa? Hoy… Ayer y mañana, quién sabe…?
Me armo en correspondencia con todo eso tan íntimo, tan éxtimo y tan brutal que a la vez me interroga, me desarma e intranquiliza hasta que algo cede, algo coagula y forma en mi un nuevo dibujo…
Como si aún estuviera jugando con plasticolas de colores en jardín de infantes…
Dibujando. Saltando frenéticamente sobre miles de gajos de mandarinas.
Ahí donde veo los olores, los corporizo…
Donde la luz palidece y el aire se torna denso, caramelo, crayón quemado contra lo anaranjado de una vela
Intuyo que así se ven las cosas -los recuerdos, las escenas- del lado de adentro de la lluvia

Saboreo los colores… La luz tenue de aquel farol oxidado cualquier noche de verano de los 80’... sombras en la pared…
Corro con mi camisón celeste por una llanura inmensamente verde, hasta llegar a un borde y tener que saltar.
Quiero hacerlo, pero me quedo con el aliento interrumpido, con los ojos llenos de lágrimas, aferrada a la comodidad y la seguridad de un más acá. Un más acá que me desgaja, me pegotea…
Sé que saltar no es seguir girando…y aún así juego y bailo siguiendo el ritmo de esas ensoñaciones infantiles de las cuales no me puedo despojar aún …Qué habrá del otro lado del salto…?



Foto por Nicolás Reffray

domingo, 4 de septiembre de 2011

La esquina de cada instante.

Domingo por la noche.

Muchas ganas de escribir que a veces se asustan por el latido constante del cursor sobre la tela blanca…
Pero hoy, hoy no me voy corriendo.
Tal vez sólo espero que esas ganas me sean fieles, y broten en algo más que una mera chorrera de palabras.

Mis letras tienen que ver con esto:
Algo me pasó este año.
Estuve total e increíblemente desconcertada con respecto a esa que solía ser…
A eso que solía ser…
Y sin embargo, debo decir que en esta antesala primaveral me encuentro tranquila, paladeando eso en que voy decantando… como una solución, un cristal, o líquido frenético que desborda de sí, pero marcando nuevos cauces;
Inicio recorridos y me sonrío de paso frente a los espejos. Tomo la palabra y atesoro cada silencio. Elijo, me tomo mi tiempo. Digo no sé. Me escucho.
Amo. Me deleito con cada detalle. La sonoridad- la escala cromática infinita en que ven mis ojos- los olores que reconozco y aquellos que nunca me quisiera olvidar.
Nazco. Lloro por todo lo que estoy dejando atrás, y a la vez bailo saliendo de mi. Bailo y siento mi corazón latiendo a diez mil revoluciones de clave de sol por segundo cuadrado. 
Me encuentro.
En este-otro-tiempo-y- espacio me sonrío, me repliego y me expando a gusto. Soy permeable, pero mis contornos son claros, delgados, de oro…
Brillo. Me muestro. Me escondo. 
Me emociono, lloro.

Arriesgo en la esquina de cada instante que supongo último, único,
exquisito..
Me quedo sin… me quedo sin, y no enloquezco por eso… me separo de las garantías y avales. No las hay. 

Hay agujeros que nunca se van a llenar… y eso está bien.

Y no enloquezco por eso…



Foto por Nicolás Reffray



miércoles, 15 de junio de 2011

Los sinsentidos...

Hay una parva gigante de cosas que no entiendo.
Hoy en una clase apuntaba algo así como la importancia de soportar el no entender, para luego, en su momento, poder concluir algo, poder hacer algo con eso.
Estos últimos días no dejo de encontrarme con esto por donde sea.
Así es que trato de soportar eso que no entiendo, de hacer con eso. Y, para mi sorpresa, eso no entendible toma mil formas diferentes.

Por ejemplo. El domingo es el día del padre. La poca plata, pero también el corazón, me llevaron a querer cocinarle unos brownies a mi viejo, que se los merece y mucho.
Y acá empieza mi historia del día de hoy:
Tengo guardado en mi biblioteca un cuaderno de recetas que armé con mucho amor en mis solitarias y adolescentes tardes; aunque debo reconocerlo inconcluso. (Tan solitarias no fueron entonces…!)
Lo abro, lo chusmeo, y me emociono y divierto leyendo recetas que nunca hice, porque reconozcamos que la mermelada de sauco no es un producto que tengamos en la heladera frecuentemente, no? Encuentro incluso que hasta algunas tienen dibujitos…!

Leo los papeles donde las escribí y entro de lleno en un viaje al pasado… Papelitos que también tienen anotados turnos de médicos, avisos de llamados telefónicos que al día de hoy dudo que hayan sido dados… Hojas del colegio donde laburaba mi mamá en ese momento…
También, recetas que me anotaron amigas: el pastel de manzanas de Ale, o el cheesecake de Gaby…
Sigo revisando y me encuentro con la receta de las galletitas del Oso Bussi. Esto me enterneció eternamente, ya que se trata de una receta anotada por la en ese entonces pequeñita hermana, sacada de su literatura del momento: “la revista del oso Bussi”; conteniendo incluso la advertencia de que le hiciera muchas a ella... 
(Para el que sienta curiosidad adjunto link: http://www.noparesdeleer.com/revista-el-oso-bussi/999062005 )
Todo esto me hace pensar: qué cosa esta época no? Hoy por hoy ya no escribimos tanto… y en un futuro, no voy a tener ninguna puerta al pasado como estas… Me da una especie de nostalgia o vértigo, no sé bien…
Hoy uso mucho vías como esta, o parecidas para conectarme con mi gente; y juego y me divierto así… le encuentro la utilidad… pero no es lo mismo. Operan en algo así como su pura instantaneidad… Y cuándo pasen de moda… qué queda de todo esto?
El ideal de la época en su apogeo… que no queden restos…
Eso me asusta. Yo uso mucho los restos. Hago a partir de ellos….

La cosa sigue: después de toda esta reflexión. Cierro el cuaderno sin haber encontrando ni una receta de brownies. Entonces qué se hace? Me aprovecho de lo positivo de la época: googleo: “Receta de brownies”: Chocolate, Manteca, Azúcar, Huevos, Harina…
Ahora: teniendo en cuenta este contexto, no es un poco paradójico encontrarme al ladito nomás: “Adelgazar la panza. Despedite de los kilos de más junto a las Cápsulas de Vinagre!”
No entiendo nuevamente…Digamos, comete el brownie y bancate la panza… o no te lo comas… y viví pendiente de agradarle al mundo… no sé…
¿Por qué nos es tan necesario agarrarnos de la idea de lo perfecto, convertirnos en eso, mostrarlo, que el otro se lo crea...?; ¿qué será lo que nos asusta tanto de encontrarnos en falta y qué vuelve inconciliable la idea de aceptar un no saber, un no poder, un no tener...?
La época entonces decora, marketiniza y llena de glamour algo del mismo cambalache de siempre… lo problemático y febril… pero lo exacerba: comer y que no se note, por reducir la cuestión a la pura oralidad nomás…
El no entender, me inquieta y motoriza a la vez. Salud a la época entonces… qué más puedo decir?


jueves, 21 de abril de 2011

Lo que es.

Las voces no tienen cuerpo.
Los cuerpos vacíos recién despiertos.
Las tostadas humeantes sobre el tostador  y al mirar alrededor se tiene la impresión de que la casa es un decorado. 
Todo en su sitio perfecto, sin agujeros aparentes. Y aún así, un gran vacío. 
El intento de erigir paredes de cartón blanco como un límite posible y al mismo tiempo inútil al galpón-agujero-negro-gigante.
Eso para no caer en obviedades. En el empuje. En la física. En la represa desbordada por el agua.
Eso para no caer.
Imágenes en catarata de esa película de David Lynch, de ese gran caos. 
Y pienso que lo importante, no siempre es coherente. y que la coherencia no es siempre lo necesariamente importante.
Todo aquello que queda por fuera del enorme mundillo de la comprensión y falso entendimiento con el otro y con lo otro, de seguridad y falso confort... Porque a veces, esta gran anestesia deja de funcionar y entonces el terror, entonces la angustia.
¿Por qué hacemos lo que hacemos?
Porque el existir puede sostenerse en el intercambio de frases hechas en la antesala del consultorio médico, unos segundos antes de que se nombre la palabra tumor...
Porque tratamos de evitar incesantemente que lo que es, sea  
Algunas cosas no son para entender.
A veces no entender está bien.
Es marcar un límite. Es aceptar que en el scrabble nos tocó una x, una q, una w y que hay que hacer algo con ellas... Incluso patear el tablero.
Es tomar decisiones.
Esos pequeños actos en los que tratamos de protegernos, corriendo las cortinas del sentido.
Esos, no son. No son, y vivimos dejando de lado que es así...
Que la realidad es una construcción es algo tan cierto, como el hecho de vivir olvidando que es así.
Si uno pudiera tan sólo suceder… 

miércoles, 30 de marzo de 2011

Dominós

La ciudad es algo sobre mi.
Hoy, particularmente la siento un yunque.
Todo se repite una vez más de lo que puedo percibir,
Y entonces,
Sueño que sueño,
Repito lo que ya repetí.
Un doble dèjá Vu que me deja sin aliento.
Trastabillo siempre en la misma esquina de Córdoba y Agüero…
No es la simpleza del fenómeno en su emergencia,
La repetición existe desde que el mundo es mundo.
Lo más temible no es sentirme repetir, sino saberme repitiendo algo ajeno,
Pero que no puedo dejar de dejar... (de dejar de dejar...)

Ese algo que me hace estallar lentamente por dentro.
Los órganos van cayendo en serie, como dominós…
A veces me veo en blanco y negro,
Me vuelvo esas mismas fichas
Pintadas y despintadas,
Armando y desarmando partidas,
Enlenteciendo el tiempo.
Todos somos dominós.
Todos huimos de nuestros yunques.
Armamos partidas, ocupamos el tiempo para no pensar lo suficiente
Eso mismo que de pensarlo, nos haría dejar de querer escapar…
¿Será el riesgo de estar mal o de estar bien lo que nos genera esas cosquillas en el alma,
esa pelusa de durazno en la garganta que no nos deja tragar y que, finalmente, nos deja
estaqueados al piso?

Foto por Nicolás Reffray

sábado, 26 de marzo de 2011

Castillos en el aire.

Siempre hubo algo en la arquitectura que me fascinó, aún sin saber mucho sobre el tema.
Puedo quedarme mirando un edificio o estructura  un rato largo, o tal vez volverlo una especie de fetiche de mis viajes en colectivo, que dirige mi mirada inevitablemente al mismo lugar una y otra vez.
Ver los restos de casas demolidas, en donde se adivinan las habitaciones por los colores de los mosaicos, es tal vez ya una vedette de este contemplar.
Admiro, imagino historias, me pierdo y me encuentro a kilómetros de ese viaje en colectivo.
¿Cuánto se sabe de una persona por la fachada de su casa?
¿Cuánto se sabe de un país por sus edificios, sus puentes y sus plazas?
Pienso que mucho y nada a la vez; como decía mi profesora de historia:
¿Buenos Aires no se hizo mirando a Europa? Lo propio entonces pareciera ser no tan propio…
¿Qué sería lo propio, lo puertas adentro?
La doble vertiente, el doble.
Lo interno y lo externo.
Yo y el otro. Lo Otro y uno.
Nunca estamos solos, aunque queramos hacer de la soledad un trofeo, o embanderar nuestro discurso… como si la soledad fuera un postre que uno cucharea sentado en la mesada, como así, como si nada…
Presentificamos la ausencia y creemos que eso es estar solos…
Cerrar puertas, escapar,  cosas que nos dan la ilusión de una huida posible, perdiendo de vista que lo que más aturde, es lo que guardamos bien adentro.
¿Qué guardamos detrás de nuestras puertas, detrás de esas paredes que nosotros mismos levantamos?
…Creamos ficciones y marcos a la nada en lugar de la nada misma, del máximo sinsentido…
Recuerdo película interiors, y siento algo inexplicable generado por esa completa perfección, el orden de hielo donde detrás de eso tan precisamente acomodado, no hay nada.
¿Qué es lo que marca verdaderamente a alguien y le da ese sabor a auténtico, a algo único, aún entre tanto de lo mismo?
Eso único…ese edificio que ya no está, o ese puente que ya no miro… Pero que estarán y serán aún muchísimo tiempo después de mi;
y no hay nada que yo sea para ellos, más que un ojo más, un ojo menos…

Foto por Nicolás Reffray

miércoles, 2 de marzo de 2011

Pensar en papelitos...

El tema es que pienso con el papel.
El resto son suspiros al aire o alguna otra clase de rumia mental.
O acostumbramiento.
El papel -la hoja- me hace bajar, me hace hilar, me hace crecer.
Algo tendrá que ver con el hecho de que crecí escribiendo…
Supongo que ya desde bien pequeñita había entendido algo que me costó muchísimos años resignificar:  Que la angustia y la escritura van tan pero tan de la mano...
¿Por qué escribimos? Y a la vez: ¿Por qué será que no lo dejamos de hacer nunca?
Yo personalmente soy de esas personas que por naturaleza (¡¿Por naturaleza?!) escribo. Escribo de todo. La lista de las compras: un deleite. La lista de qué poner en la valija cada verano, es algo tan inexplicable… tan, pero tan lindo.
Y no sólo listas, pensar es algo que –como dije- lo hago con un lápiz en la mano.
Notitas que encuentro en apuntes viejos, letras de canciones dentro de cuadernos, o libros. Frases que me conmueven en la puerta de la heladera.
Y así pasa, que hoy por hoy mi heladera tiene siempre pero siempre más palabras que comida. Y eso me encanta. Ponerle palabras a la cosa, la vuelve indefectiblemente mucho más digerible, más asimilable.
Ahora mismo, escribiendo sola desde mi cocina.
Alguna torta de tanto en tanto horneo. Pero eso, pienso que más allá del mezclar la harina, el azúcar y rallar un poquito de limón, se me vuelve un acto discursivo.
Cocino a veces para los otros porque supongo que me gusta ese placer que logro generar, que se traduce en palabras, en recuerdos de imágenes que son casi casi reales, ahí donde el campo de lo alucinatorio nos toca a todos tan de cerca, donde aludir a ese famoso lemon pie es invocarlo, hacerlo cuerpo.
Y a la vez, me transporta en el tiempo, a los orígenes, a mis inicios cocinérifenos, que son recuerdos, porque son y porque fueron palabras primero.
Las palabras que marcan lo que somos, que limitan lo que fuimos y expanden en mil posibilidades lo que podemos llegar a ser...
Sostengo que las cocinas son los ambientes más dulces de las casas, En ellas, casi cualquier charla o discusión se acompaña de unos mates o un cafecito;  se conversa mientras se pica alguna que otra verdura;  se estudia, se lee…
Todo aquello que trasciende y no tiene nada que ver con la necesidad de alimentarse.  Pero que es a su vez incluso mucho más escencial.  Dicen que vivimos por las palabras y morimos por ellas…
Así será, pues. A ellas entonces, este pequeñísimo homenaje…