miércoles, 30 de marzo de 2011

Dominós

La ciudad es algo sobre mi.
Hoy, particularmente la siento un yunque.
Todo se repite una vez más de lo que puedo percibir,
Y entonces,
Sueño que sueño,
Repito lo que ya repetí.
Un doble dèjá Vu que me deja sin aliento.
Trastabillo siempre en la misma esquina de Córdoba y Agüero…
No es la simpleza del fenómeno en su emergencia,
La repetición existe desde que el mundo es mundo.
Lo más temible no es sentirme repetir, sino saberme repitiendo algo ajeno,
Pero que no puedo dejar de dejar... (de dejar de dejar...)

Ese algo que me hace estallar lentamente por dentro.
Los órganos van cayendo en serie, como dominós…
A veces me veo en blanco y negro,
Me vuelvo esas mismas fichas
Pintadas y despintadas,
Armando y desarmando partidas,
Enlenteciendo el tiempo.
Todos somos dominós.
Todos huimos de nuestros yunques.
Armamos partidas, ocupamos el tiempo para no pensar lo suficiente
Eso mismo que de pensarlo, nos haría dejar de querer escapar…
¿Será el riesgo de estar mal o de estar bien lo que nos genera esas cosquillas en el alma,
esa pelusa de durazno en la garganta que no nos deja tragar y que, finalmente, nos deja
estaqueados al piso?

Foto por Nicolás Reffray

sábado, 26 de marzo de 2011

Castillos en el aire.

Siempre hubo algo en la arquitectura que me fascinó, aún sin saber mucho sobre el tema.
Puedo quedarme mirando un edificio o estructura  un rato largo, o tal vez volverlo una especie de fetiche de mis viajes en colectivo, que dirige mi mirada inevitablemente al mismo lugar una y otra vez.
Ver los restos de casas demolidas, en donde se adivinan las habitaciones por los colores de los mosaicos, es tal vez ya una vedette de este contemplar.
Admiro, imagino historias, me pierdo y me encuentro a kilómetros de ese viaje en colectivo.
¿Cuánto se sabe de una persona por la fachada de su casa?
¿Cuánto se sabe de un país por sus edificios, sus puentes y sus plazas?
Pienso que mucho y nada a la vez; como decía mi profesora de historia:
¿Buenos Aires no se hizo mirando a Europa? Lo propio entonces pareciera ser no tan propio…
¿Qué sería lo propio, lo puertas adentro?
La doble vertiente, el doble.
Lo interno y lo externo.
Yo y el otro. Lo Otro y uno.
Nunca estamos solos, aunque queramos hacer de la soledad un trofeo, o embanderar nuestro discurso… como si la soledad fuera un postre que uno cucharea sentado en la mesada, como así, como si nada…
Presentificamos la ausencia y creemos que eso es estar solos…
Cerrar puertas, escapar,  cosas que nos dan la ilusión de una huida posible, perdiendo de vista que lo que más aturde, es lo que guardamos bien adentro.
¿Qué guardamos detrás de nuestras puertas, detrás de esas paredes que nosotros mismos levantamos?
…Creamos ficciones y marcos a la nada en lugar de la nada misma, del máximo sinsentido…
Recuerdo película interiors, y siento algo inexplicable generado por esa completa perfección, el orden de hielo donde detrás de eso tan precisamente acomodado, no hay nada.
¿Qué es lo que marca verdaderamente a alguien y le da ese sabor a auténtico, a algo único, aún entre tanto de lo mismo?
Eso único…ese edificio que ya no está, o ese puente que ya no miro… Pero que estarán y serán aún muchísimo tiempo después de mi;
y no hay nada que yo sea para ellos, más que un ojo más, un ojo menos…

Foto por Nicolás Reffray

miércoles, 2 de marzo de 2011

Pensar en papelitos...

El tema es que pienso con el papel.
El resto son suspiros al aire o alguna otra clase de rumia mental.
O acostumbramiento.
El papel -la hoja- me hace bajar, me hace hilar, me hace crecer.
Algo tendrá que ver con el hecho de que crecí escribiendo…
Supongo que ya desde bien pequeñita había entendido algo que me costó muchísimos años resignificar:  Que la angustia y la escritura van tan pero tan de la mano...
¿Por qué escribimos? Y a la vez: ¿Por qué será que no lo dejamos de hacer nunca?
Yo personalmente soy de esas personas que por naturaleza (¡¿Por naturaleza?!) escribo. Escribo de todo. La lista de las compras: un deleite. La lista de qué poner en la valija cada verano, es algo tan inexplicable… tan, pero tan lindo.
Y no sólo listas, pensar es algo que –como dije- lo hago con un lápiz en la mano.
Notitas que encuentro en apuntes viejos, letras de canciones dentro de cuadernos, o libros. Frases que me conmueven en la puerta de la heladera.
Y así pasa, que hoy por hoy mi heladera tiene siempre pero siempre más palabras que comida. Y eso me encanta. Ponerle palabras a la cosa, la vuelve indefectiblemente mucho más digerible, más asimilable.
Ahora mismo, escribiendo sola desde mi cocina.
Alguna torta de tanto en tanto horneo. Pero eso, pienso que más allá del mezclar la harina, el azúcar y rallar un poquito de limón, se me vuelve un acto discursivo.
Cocino a veces para los otros porque supongo que me gusta ese placer que logro generar, que se traduce en palabras, en recuerdos de imágenes que son casi casi reales, ahí donde el campo de lo alucinatorio nos toca a todos tan de cerca, donde aludir a ese famoso lemon pie es invocarlo, hacerlo cuerpo.
Y a la vez, me transporta en el tiempo, a los orígenes, a mis inicios cocinérifenos, que son recuerdos, porque son y porque fueron palabras primero.
Las palabras que marcan lo que somos, que limitan lo que fuimos y expanden en mil posibilidades lo que podemos llegar a ser...
Sostengo que las cocinas son los ambientes más dulces de las casas, En ellas, casi cualquier charla o discusión se acompaña de unos mates o un cafecito;  se conversa mientras se pica alguna que otra verdura;  se estudia, se lee…
Todo aquello que trasciende y no tiene nada que ver con la necesidad de alimentarse.  Pero que es a su vez incluso mucho más escencial.  Dicen que vivimos por las palabras y morimos por ellas…
Así será, pues. A ellas entonces, este pequeñísimo homenaje…