jueves, 19 de enero de 2012

No robarás.


No robarás.
Y yo me pregunto:
Esa fórmula, axioma, pecado o deber cívico: ¿aplica también para esa Santa Rita hermosa de la esquina de casa?

Porque entonces, me declaro culpable!

Es decir, sé que LA ley no tiene peso en estas cuestiones, entonces, supongo que todo quedaría limitado a la pura cuestión del pecado; y ya que estamos en este terreno, debo confesar: me importa tres bledos. (la jerga catequista hasta el final).

Digo, no supongo un infierno al cual caeré el día de mañana y de haberlo  Iré por cosas peores…

Y además, como quien me ha dicho: qué panzadas de santa Rita que me doy. Llenando vasitos, floreros o cualquier recipiente que invente o encuentre a tal fin de colorear mis espacios.

-Dedico sólo unas líneas a la risa cuasi delirante que me produce imaginarme allí, en el infierno el siguiente diálogo:

            - ¿Y vos por qué estás acá?

            - Por robo de Santa Rita al vecino de la esquina. Culpable en primer grado.



 En fin, esto me lleva a querer convertir a dicho vecino, y por qué no a algunos otros en personajes de este, mi relato de hoy…

Pienso cómo describirlo, y dudo un momento si el peluquín sería algo conveniente para empezar o para finalizar dicha descripción…

Entonces sí, peluquín- gato, como se le dice-, bermudas, musculosa y claro que si: mocasines con medias. El look per-fec-to del verano para tomar mate en la vereda, charlar con los vecinos y pasear al nieto.

Podría seguir la presentación oficial de vecinos con el hombre lindo, de traje que –cual Penélope- espera y espera sobre la avenida, no se sabe qué, pero mira su reloj con evidentes signos de preocupación por el paso de los minutos.

…Y esa persona con la que planeó quién sabe qué, o ese auto que lo recoja o aquel taxi que lo saque de ahí a tiempo y lo transporte quién sabe a dónde, no llegan nunca. Espera acompañada del frotado sincopado de sus partes pudendas (como diría mi abuela).

Esta persona le pasa inadvertida a montones de autos que circulan a mil revoluciones por segundo, y para los cuales es sólo un alguien más entre tantos otros a la orilla de la vereda que es esa, pero podría ser cualquier vereda de esta ciudad, de todas las ciudades…

Pero para mi no. Me intriga. El otro día hicimos contacto visual.

No puedo precisar mi diagnóstico –me refiero al de código Eugenia mucho más que al del DSM IV o alguna otra nosografía…-

Y por qué habría de hacerlo, no? (me refiero a diagnosticarlo)

 Digo, ya que hablamos de culpas, qué culpa tiene el pobre hombre de tener una vecina psicoanalista?

Qué culpa tengo yo de serlo, es otra cuestión…! Y eso nos tomaría un poco más que estas palabras tiradas al papel, asemejando un cubilete y algunos dados…

Que pase el que sigue entonces! Y viene a nuestro encuentro: La señora rata.

Apodada así porque tiene cara, cuerpo y actitud de rata, nada más pero tampoco nada menos.

Y tal vez, sólo tal vez –pienso- me he incluido como parte del recuento de esta vecindad.

Entonces. Yo. Eugenia.

Tomo mate, reparo en el pensamiento que brota desde mi: hasta dónde seguir con mi reseña de bitácora de barrio cuando debería estar haciendo otras cosas, por cuento: qué la valija, que lavar la ropa, que las compras (que me quedé sin yerba y cómo me pasó esto!)

Todas las cosas que tengo-que-hacer y aún así, le hago ole a todo eso mientras presiono un carácter, y otro y otro…

Lo que tengo que… lo que quiero… lo que no puedo dejar de…

Supongo que escribo, porque no puedo dejar de hacerlo… porque caminando, volviendo a casa, me doy cuenta que en el medio de toda la gente, de todas las rutinas, estoy pensando enfrente a una máquina de escribir, y me asaltan esas ganas de dejar todo lo otro de lado para sentarme  y corporizar esa forma en la que pienso, tan diferente a ese otro piloto automático que me (nos) lleva y tira de nosotros…

Escribir entonces. Pienso que tal vez sea mi forma de empezar a mover los hilos…

Escribir, con la Santa Rita coronando que no hay nada de qué sentirse culpable cuando uno hace lo que le gusta.






Foto por Nicolás Reffray

jueves, 5 de enero de 2012

Del otro lado del espejo...

Siento desde la vera de mi cama adonde estoy ovillada,

como echada de lado

como echada a la suerte.


Siento a la ciudad rugir allá afuera

Como el cauce de un río desbocado

Como una constante

Ahí donde la variable soy yo

Donde varío y desvarío.


Ahí, en mi cama de 12 del mediodía

en lo raro del crepitar del sol en mis ojos somnolientos.

Y ahí, con todas las palabras del mundo para estrenar,

los sonidos que escuchar

las vocalizaciones que producir,

ahí, tomo la punta del hilo que conecta una lata con otra

Y te digo buenos días

Y la cara es sonrisa, es agua en la frente,

es la habitación conteniendo el aire desde hace horas...

Soy yo. 
Soy porque soy y no soy, soy y no soy 
en una cadencia que me angustia y calma a la vez... 


Salgo a la calle y me siento increíblemente liviana,

Tanto que floto

Floto y no reparo en las distancias

Choco con las cosas y la gente- que a veces también son cosas- a mi paso.

Un pibe-pura-sustancia me grita fea y varias barbas, canas y peladas me saborean

Reparo que hoy estoy diferente,

Adviene sin previa cita una idea:

La sensación de haberme quedado del otro lado del espejo.

De haber dejado olvidada mi imagen ahí...



Paso por una librería.

Quiero leer Alicia en el país de las maravillas.
Quiero-Otra-vez...

Me siento ella por un momento

Quiero Otra. Ves?

Camino, mientras esta catarata de ideas se sigue encadenando en-un-caos-o-tal-vez-sin-sentido aunque perfectamente entendible,

Camino, y la gente me choca

Y no la siento, nada me contamina.

Soy pura, puro extracto mío...

Ahí, del otro lado del espejo…







Foto por Nicolás Reffray