sábado, 26 de marzo de 2011

Castillos en el aire.

Siempre hubo algo en la arquitectura que me fascinó, aún sin saber mucho sobre el tema.
Puedo quedarme mirando un edificio o estructura  un rato largo, o tal vez volverlo una especie de fetiche de mis viajes en colectivo, que dirige mi mirada inevitablemente al mismo lugar una y otra vez.
Ver los restos de casas demolidas, en donde se adivinan las habitaciones por los colores de los mosaicos, es tal vez ya una vedette de este contemplar.
Admiro, imagino historias, me pierdo y me encuentro a kilómetros de ese viaje en colectivo.
¿Cuánto se sabe de una persona por la fachada de su casa?
¿Cuánto se sabe de un país por sus edificios, sus puentes y sus plazas?
Pienso que mucho y nada a la vez; como decía mi profesora de historia:
¿Buenos Aires no se hizo mirando a Europa? Lo propio entonces pareciera ser no tan propio…
¿Qué sería lo propio, lo puertas adentro?
La doble vertiente, el doble.
Lo interno y lo externo.
Yo y el otro. Lo Otro y uno.
Nunca estamos solos, aunque queramos hacer de la soledad un trofeo, o embanderar nuestro discurso… como si la soledad fuera un postre que uno cucharea sentado en la mesada, como así, como si nada…
Presentificamos la ausencia y creemos que eso es estar solos…
Cerrar puertas, escapar,  cosas que nos dan la ilusión de una huida posible, perdiendo de vista que lo que más aturde, es lo que guardamos bien adentro.
¿Qué guardamos detrás de nuestras puertas, detrás de esas paredes que nosotros mismos levantamos?
…Creamos ficciones y marcos a la nada en lugar de la nada misma, del máximo sinsentido…
Recuerdo película interiors, y siento algo inexplicable generado por esa completa perfección, el orden de hielo donde detrás de eso tan precisamente acomodado, no hay nada.
¿Qué es lo que marca verdaderamente a alguien y le da ese sabor a auténtico, a algo único, aún entre tanto de lo mismo?
Eso único…ese edificio que ya no está, o ese puente que ya no miro… Pero que estarán y serán aún muchísimo tiempo después de mi;
y no hay nada que yo sea para ellos, más que un ojo más, un ojo menos…

Foto por Nicolás Reffray

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